sábado, junio 03, 2006

Sueños del sur

Se marchó, giraba la cabeza cada pocos metros, por delante, un árido horizonte, un sueño incierto, la silueta de su madre desconsolada se le clavaba en el corazón. Ya nada de lo dejado atras, a su alrededor el paisaje en el que había nacido se desvanecía, soledad, miedo, viento que traía humedad, al segundo día ya cargaba el olor a sal.
Solo las mañanas eran agradables, al medio día el sol abrasaba sin remordimientos y la noche calaba con su frío, eran días de luna nueva y solo el estrellado le guiaba hacia la costa, la oscuridad absoluta caminaba con él. Su equipaje era su vida, sus recuerdos, un recipiente de piel con apenas dos litros de agua y una bolsa de telar con pasta de trigo, sus pies, apenas cubiertos por unos viejos zapatos de deporte traídos de Europa, que, meses atrás había cambiado por una vieja cabra que ya no daba leche.
Encarnado el cielo, el sol se despedía un día mas, al tiempo que le recibía un paisaje que caló en sus ojos, cientos de personas, familias enteras, permanecían allí, casi a la intemperie, acompañados de lo mínimo para dormir, unas destartaladas tienduchas que permanecían en pie de forma inexplicable, parecía que llevaban allí muchos meses, al fondo reinaban las espumosas olas que rompían contra la escarpada costa, aquellas rocas significaban para él la puerta al otro mundo, que triste sueño. Al llegar, le recibieron con gran amabilidad y atención, algunos hablaban el mismo idioma, aquella misma noche aprendió el sentido de aquella terrible imagen, entendió que hacían allí. Muchos que no habían llegado con el suficiente dinero llevaban allí muchos meses, algunos morían antes de reunir la cantidad, mendigando entre mendigos. Había personas de todos los países que el conocía y de algunos mas de los que nunca había oído su existencia, no había podido llegar a imaginar ni de lejos, lo que allí estaba viendo y viviendo.
Aun no había amanecido, caminaba hacia la playa entre decenas de personas donde solo lideraba el silencio, allí en la orilla, le esperaba una barcaza mal pintada de blanco, la tablas crujían al tiempo que el azul zarandeaba como una hoja, aquel montón de madera que flotaba a duras penas. Notaba como le hervía la piel, sus labios estaban resecos, comenzaban a agrietarse. Por un segundo, se le calmó el dolor, corto silencio, ante sus ojos, antes de hundirse, solo unos restos flotando a los que se aferraban gritos de terror. Dejó de soñar, ni siquiera pudo ver de cerca la playa esperanza, su madre jamás sabría donde termino la ilusión. Ojalá conocieran Freedomland, ojala volvieran a tener lo que otros le arrebataron.